lunes, 20 de febrero de 2012

LA UNIDAD ITALIANA (PRIMERA PARTE)

LA UNIDAD ITALIANA (PRIMERA PARTE)
Papel central de Piamonte
Los acontecimientos de 1848 se saldaron con un fracaso para los intereses nacionalistas, pero confirmaron el papel central del reino de Piamonte en la tarea de la unificación política. El rey Carlos Alberto, después de sus derrotas ante las tropas austriacas, tuvo que abdicar (1849) en su hijo Víctor Manuel II ("il re galantuomo") que tenía una cierta simpatía hacia el liberalismo y, como revelara D. Mack Smith, una idea de la Monarquía como "cuarto poder o poder residual", que se reservaba para ejercer de árbitro en momentos críticos.Los nacionalistas italianos eran conscientes de que la coyuntura de 1848 se había desperdiciado por la falta de respaldo popular, dadas las escasas promesas de reformas sociales que habían hecho los líderes revolucionarios pero, sobre todo, por el particularismo de los pequeños Estados y por la falta de apoyo de las grandes potencias. En ese sentido, Piamonte, que había mantenido su Constitución, quedó como la única esperanza y hacia allí confluyeron líderes nacionalistas como Balbo, Gioberti, Mazzini, Garibaldi, Manin, Giuseppe La Farina, o Giorgio Pallavicino. Este último, para subrayar la conveniencia de contar con un Piamonte fuerte, que consiguiese la independencia de los austriacos, afirmaría: "Para derrotar cañones y soldados hacen falta cañones y soldados". La Sociedad Nacional Italiana, fundada por algunos de ellos en agosto de 1857, se encargaría de difundir por Italia los ideales de la unidad. La letra del Va pensiero de la ópera Nabucco (1842), de Giuseppe Verdi, se convirtió en un verdadero himno del independentismo, y hasta se daban vivas a Verdi, cuyo nombre era el acrónimo de "Vittorio Emanuele, re d´Italia".
El impulso de Cavour
De todas maneras, el factor decisivo fue la labor de modernización desarrollada por los ministerios de D´Azeglio y Cavour, presidente del Consejo desde 1852. Esa tarea consistió en la adopción de un programa de reformas que convirtió a Piamonte en el Estado puntero de Italia, a la vez que le ganaba la consideración de las potencias extranjeras. La red ferroviaria, casi inexistente a la altura de 1848, estaba ya articulada, en su parte norte, a la altura de 1861, cuando había superado los 1.000 kilómetros de tendido. Las autoridades piamontesas, por otra parte, reconstruyeron el puerto de Génova, especialmente cuando se superaron los problemas técnicos que habían dificultado el enlace ferroviario entre ese puerto y Turín. También en esta época se reorganiza el Ejército (general La Marmora), a la vez que se crea la Marina y se dota de un arsenal al puerto de La Spezia. Cavour pudo, desde mediados de los años cincuenta, iniciar una labor diplomática que le asegurara el respaldo de alguna gran potencia en su contencioso con Austria. La Francia de Napoleón III parecía el aliado más lógico, pero los nacionalistas italianos habían quedado muy defraudados por el fin de la Segunda República Francesa y por la acción militar de los franceses contra la República romana. Aunque el propio Napoleón se había manifestado a favor de la política de las nacionalidades, sus palabras no habían sido acompañadas por ninguna medida práctica. La alianza franco-británica, que llevó a la guerra contra Rusia en Crimea, dio a Piamonte la posibilidad de intervenir en la política internacional, aunque parece que fue Víctor Manuel el verdaderamente interesado en la intervención, y no Cavour, como habitualmente se ha dicho. El Congreso de París de 1856, en cualquier caso, no se tradujo en ninguna ganancia concreta, pero permitió que Piamonte pudiera presentar sus reivindicaciones en un foro internacional y que se empezara a hablar de una "cuestión italiana". Las demandas de los nacionalistas italianos contaban con simpatías en el Reino Unido y también provocaron la aparición de un partido italiano en la Corte francesa. De ese partido formaba parte el príncipe Napoleón Jerónimo, sobrino del emperador. En cuanto al propio emperador, que permanecía dubitativo, terminaría por decidirse tras el atentado que sufrió (14 de enero de 1858) a manos de Felice Orsini, que puso de manifiesto la profundidad de los sentimientos nacionalistas entre algunos italianos. El emperador permitió que se diese publicidad a las opiniones del terrorista, antes de ser ajusticiado, y preparó a la opinión pública para un cambio de actitud en su política italiana. Una vez más parecía operar en el segundo Bonaparte la voluntad mimética de emular la trayectoria de su tío en las campañas italianas. El 20 de julio de 1858 Napoleón III convocó a Cavour a la estación veraniega de Plombières, en los Vosgos, y diseñó con él la futura Italia que, de acuerdo con la tradición neogüelfa, sería una federación de cuatro Estados bajo la presidencia del Papa. El reino de la Alta Italia, que correspondería a Piamonte, incorporaría también los territorios austriacos, los ducados y el norte de las legaciones papales. El reino de Italia central sería para el príncipe Napoleón Jerónimo, que se casaría con la princesa Clotilde, hija de Víctor Manuel, y englobaría la Toscana y los territorios pontificios de Umbria y las Marcas. El Papa conservaría Roma y el Lacio. Finalmente, se consideraba la posibilidad de adjudicar el reino de Nápoles a Luciano Murat, siempre en la idea de revisar los acuerdos de 1815. Francia, en compensación, obtendría los territorios piamonteses de Niza y Saboya. En el segundo caso, se trataba de un país muy conservador, de lengua francesa, pero Cavour demostró reticencias para la entrega de Niza, que tenía mucho carácter italiano. Garibaldi, que había nacido en esa ciudad, rechazaría siempre los términos del acuerdo. Las conversaciones de Plombières dieron lugar a un tratado secreto franco-piamontés, que se firmaría a finales de enero de 1859, en el que Francia daba garantías a Piamonte para el caso de que sufriera una agresión austriaca. Por otra parte, los protagonistas del acuerdo se apresuraron a dar a conocer sus puntos de vista sobre la situación. Mientras Víctor Manuel II manifestaba en el Parlamento (10 de enero) que no era "insensible a los gritos de dolor" que llegaban hacia él desde muchos lugares de Italia, Napoleón hacía publicar un folleto (Napoléon et Italie) en el que manifestaba su respaldo a la política piamontesa. Sólo quedaba provocar a Austria, para que estallase la guerra que deseaba Piamonte.
La guerra contra Austria
La situación internacional tenía sus dificultades porque, aparte de la lógica preocupación de Austria por la amenaza franco-piamontesa, Napoleón III tenía que extremar las precauciones para no fomentar en su contra una coalición de potencias análoga a las que habían provocado el hundimiento del primer Imperio. Para ello debía abstenerse de perjudicar los intereses de los Estados Papales, para no enajenarse la opinión católica de su propio país, y también debía mantener la integridad del reino borbónico de Nápoles. El Reino Unido y Rusia, que veían con inquietud estos acuerdos, intentaron inútilmente la mediación, mientras que Prusia podía aprovechar las iniciativas francesas para aumentar su influencia en el mundo alemán, especialmente en la frontera del Rin. Tanto Rusia, dolida por el abandono austriaco durante la guerra de Crimea, como Prusia, que había sido humillada en Olmütz, no tuvieron inconveniente en dejar diplomáticamente aislado al Imperio Habsburgo. Finalmente, la acumulación de tropas piamontesas en la frontera con Lombardía provocó el ultimátum austriaco de 23 de abril de 1859, en el que se reclamaba el desarme de las tropas piamontesas. La negativa de Piamonte a aceptar estas exigencias determinó el inicio de las hostilidades, pocos días después. Las tropas austriacas desaprovecharon la ocasión de derrotar por separado a las piamontesas, antes de que Napoleón III se pusiera, a mediados de mayo, al frente de un ejército francés superior a los 100.000 hombres, con los que había jurado que llegaría hasta el Adriático. El peso de las operaciones correspondió a las tropas francesas, que derrotaron a las austriacas en Montebello (20 de mayo) y Magenta (4 de junio) lo que permitió la entrada en Milán cuatro días después. El emperador Francisco José se puso al mando de sus tropas pero no pudo impedir la derrota (24 de junio) en las batallas de Solferino y San Martino, que costaron un elevadísimo número de bajas en todos los contendientes. El resto de la Lombardía quedó en las manos aliadas, que amenazaron Venecia. Fue entonces, sin embargo, cuando Napoleón dio un brusco giro y ofreció una tregua que el emperador austriaco se apresuró a aceptar. Ambos emperadores se reunieron el 11 de julio en Villafranca y firmaron un armisticio por el que Austria entregaba la Lombardía a Francia que la cedería, a su vez, a Piamonte. Los duques de Toscana y Modena fueron restablecidos, mientras que Austria retenía Venecia y afianzaba las fortalezas del cuadrilátero con Mantua y Peschiera. Piamonte, que fue informado del acuerdo después de tomado, acogió con indignación la noticia, y Cavour, que no consiguió que Víctor Manuel rechazara los términos del armisticio, dimitió de la presidencia del Consejo de Ministros el día 12. Todos los historiadores de este proceso se han preguntado por las razones que provocaron un cambio tan brusco en la actitud de Napoleón. De la variedad de las explicaciones dadas cabe hacer una cierta sistematización. Por una parte, están las razones que hacen referencia a las motivaciones personales del emperador y a las exigencias de la política interior francesa. En ese sentido se ha hablado del horror experimentado por Napoleón, a la vista de la mortandad ocasionada en Solferino; de las dudas del emperador sobre la eficacia de su propio ejército ante las fortificaciones austriacas en el cuadrilátero; y, finalmente, de la preocupación que pudiera tener ante el peligro de que la opinión católica francesa se le pusiera en contra, ya que la acción militar francesa hacía peligrar la integridad de los Estados del Papa. Todas esas razones tienen consistencia, pero son un tanto coyunturales. Más importancia habría que conceder a las que apuntan a los peligros de desequilibrio interno en los Estados italianos, y a las repercusiones que ese desequilibrio podría tener sobre las relaciones internacionales. En ese sentido hay que señalar que, simultáneamente al comienzo de las hostilidades, se produce una serie de movimientos populares que suponían una amenaza de revolución mazziniana en la Italia central y la posibilidad de que Cavour extendiera sus fronteras más allá de lo previsto en Plombières. El 27 de abril había estallado en Florencia un movimiento popular que provocó la abdicación del gran duque de Toscana y la formación de un Gobierno provisional que pidió la protección del rey de Piamonte. Napoleón envió tropas, bajo el mando del príncipe Napoleón Jerónimo, que desembarcaron en Livorno, para tratar de contrarrestar la influencia piamontesa. Por otra parte, el vacío de poder provocado por las derrotas austriacas de junio obligó a los duques de Modena y Parma a abandonar sus Estados, a la vez que estallaban levantamientos en los territorios pontificios de las Legaciones.En esas circunstancias Napoleón temió que las demás potencias europeas reaccionaran contra Francia, como lo habían hecho en la época de las coaliciones antinapoleónicas. Había, desde luego, algunos motivos para la sospecha, especialmente por las acciones prusianas en la frontera del Rin, que contaban con el respaldo ruso. También el Reino Unido estaba preocupado por la generalización del conflicto, e incluso Austria, que temía un rebrote del nacionalismo húngaro, se mostró partidaria de llegar a la paz. Ésta se firmó en Zurich, el 10 de noviembre de ese mismo 1859, y ratificó los acuerdos de Villafranca.
La expedición de Garibaldi
Si la cesión de Saboya podía tener explicación por los sentimientos franceses de sus habitantes, no había razones que avalaran suficientemente la de Niza, que provocó un fuerte malestar entre los habitantes del reino de Piamonte y, especialmente, entre los sectores republicanos y de izquierdas. Entre los muy afectados estaba Garibaldi, nacido en Niza, que trató de oponerse en el plebiscito que siguió a la entrega del territorio. Sin embargo, un levantamiento popular, iniciado en Sicilia el día 3 de abril, llevó a Garibaldi a cambiar sus objetivos políticos. La petición de apoyo que le dirigieron algunos elementos mazzinianos (Francesco Crispi) hizo que acudiera con la llamada expedición de los mil camisas rojas (de hecho, 1.088 hombres y una mujer), que se había formado después de asaltar pertrechos y navíos en el puerto de Génova. El supuesto carácter espontáneo de la iniciativa debe ser matizado por el hecho de la tolerancia demostrada por el gobierno piamontés hacia la preparación de la expedición garibaldina, que zarpó el día 5 de mayo. Los Mil desembarcaron en Marsala el día 11 y el 14 Garibaldi asumió la dictadura de la isla, en nombre del rey Víctor Manuel; el día 27 entró en Palermo con el apoyo de sus habitantes. A esas alturas ya eran muchos los elementos burgueses que pensaban que se encontrarían más seguros bajo la autoridad del rey de Piamonte. Garibaldi, a la vez que llamaba a los sicilianos a alistarse, hizo promesas de reparto de tierras que crearon una notable alarma entre los sectores acomodados. Las noticias que llegaban de Sicilia, obligaron a cambios políticos en Nápoles. Francisco II prometió, el 20 de junio, una Constitución y un ministerio liberal, a la vez que pretendía la protección de Napoleón III frente a la amenaza de Garibaldi. El emperador francés, por su parte, intentó una mediación con un nuevo proyecto de confederación para Italia, pero tanto el Reino Unido como el propio Cavour se negaron a secundar el proyecto. Garibaldi, mientras tanto, aumentaba su presión. El 20 de agosto atravesaba el estrecho de Mesina y el 7 de septiembre se apoderaba de Nápoles, donde tenía la intención de proclamar una república del sur de Italia. Era un peligro de fragmentación política que Cavour no podía tolerar, por lo que pasó rápidamente a la acción. Tenía que neutralizar la acción de Garibaldi, a la vez que salvar el principio monárquico en el proceso de unificación. Para obtener la aquiescencia de Francia y las demás potencias extranjeras, ante una intervención que tendría que violar los territorios pontificios, presentó la situación como una disyuntiva entre unificación (Piamonte) y revolución (Garibaldi). La amenaza de Garibaldi sobre Roma hace que Cavour se presente incluso como un defensor del Papado. Napoleón, que fue requerido para dar su consentimiento a la intervención piamontesa, parece que prefirió darse por no enterado. "Fatte, ma fatte presto" ("Hacedlo, pero pronto"), pudo ser la contestación que dio a los enviados de Cavour. Y para evitar situaciones engorrosas, derivadas de esta situación, se embarcó para una larga gira por Córcega y Argelia. El 11 de septiembre las tropas piamontesas entraron en los territorios pontificios de Umbría y Las Marcas y, en su marcha sobre Nápoles, derrotaron a las tropas pontificias que le salieron al paso en Castelfidardo (18 de septiembre). La derrota de las tropas napolitanas, a manos de Garibaldi, en Volturno (1 de octubre) obligó a que el Parlamento piamontés aprobase precipitadamente la anexión de Nápoles y Sicilia al reino de Piamonte, lo que fue ratificado por los propios napolitanos en un plebiscito celebrado el día 21 de ese mismo mes. Garibaldi tuvo que abandonar definitivamente sus proyectos republicanos y, el día 26 de octubre, saludó a Víctor Manuel como rey de Italia, y le acompañó durante su entrada triunfal en Nápoles (7 de noviembre). El nuevo avance territorial supuso el abandono del proyecto noritaliano, que dirigió los primeros pasos de Cavour, para adentrarse en un plan de unificación peninsular, que habría de provocar graves problemas de integración entre el norte y el sur. Algunos sectores de la burguesía y de las clases propietarias del reino de Nápoles habían preferido la integración en Piamonte como manifestación de su distanciamiento con la dinastía borbónica, que se había negado reiteradamente a concederles ningún protagonismo social y político, pero también como garantía frente a la demanda de reformas sociales revolucionarias, procedente de un campesinado sediento de tierras. La anexión, sin embargo, tomaría pronto los tintes de una simple piamontización, y no tardarían en manifestarse nuevos conflictos. Desde comienzos de 1861 se generalizó en el sur una auténtica guerra social, con la proliferación del bandolerismo y la acción de tropas dispersas del antiguo reino borbónico. Se podía hablar de una verdadera guerra civil en los territorios recién incorporados.
El reino de Italia
Las elecciones de 27 de enero de 1861 se realizaron de acuerdo con una nueva Ley Electoral, de 17 de diciembre de 1860, que establecía un diputado por cada 50.000 habitantes (para la población, entonces existente, de algo más de 22.000.000 correspondían 443 diputados). Se mantenía, de acuerdo con lo fijado en 1848, el colegio uninominal, la segunda vuelta (ballottage), y las elecciones complementarias. El cuerpo electoral se acercaba a las 420.000 personas, lo que no llegaba ni al 2 por 100 del total de la población. El nuevo Parlamento, dominado ampliamente por abogados, funcionarios y profesores de la mayoría gubernamental, se reunió en Turín el 18 de febrero y optó por una Italia políticamente moderada bajo la inspiración de la Casa de Saboya. Ni el centenar de diputados de izquierda, dirigidos por U. Rattazzi, ni los que, como Garibaldi, reclamaban la inmediata anexión de Roma y Venecia, sin atender a su costo diplomático, pudieron alterar la línea de acción trazada por Cavour. El 17 de marzo de 1861 el Parlamento reconocía a Víctor Manuel como "Rey de Italia por la gracia de Dios y la voluntad de la Nación", aunque mantenía el ordinal correspondiente a los reyes de Piamonte. Se conservaba el Statuto de 1848, que concedía al rey la plenitud del poder ejecutivo y la capacidad de intervención en un sistema legislativo de carácter bicameral. Se trataba de un nuevo Estado, que no estaría completo mientras no consiguiese la anexión de Venecia y Roma. En un discurso pronunciado el día 27 de aquel mismo mes de marzo, Cavour dejó claro que Roma habría de ser la capital del nuevo Estado, a la vez que acuñaba la frase que pretendía describir las condiciones deseables en las relaciones con la Iglesia: "Una Iglesia libre en un Estado libre". Cavour, sin embargo, no pudo llevarlas a la práctica, ya que falleció el 6 de junio siguiente, posiblemente de malaria.
La cuestión romana
La cuestión de la capitalidad, en cualquier caso, no desaparecería del horizonte político y continuó preocupando a los italianos, ya que todos eran conscientes que no se llegaría a ningún cambio sustancial de la situación sin el acuerdo de las potencias y, muy especialmente, de la Francia de Napoleón III, que tenía que aplacar las críticas que le dirigían los católicos franceses por una política contraria a los intereses del Papa. Una intentona de Garibaldi ("Roma, o morte"), a finales de agosto de 1862, tuvo que ser abortada por las tropas italianas en Aspromonte. La Convención franco-italiana de septiembre de 1864, sólo sirvió para que los italianos trasladasen la capital a Florencia, después de haber ofrecido garantías de que los Estados Pontificios serían respetados, pero la cuestión seguía abierta. La indefinición en cuanto a la retirada de la guarnición francesa en Roma era una permanente demostración de la necesidad de contar con el beneplácito de las grandes potencias, mientras que la presencia de los austriacos en Venecia continuaba siendo un agravio para el nuevo Estado.

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